martes, 9 de abril de 2019

Carlos López Otín: “Me ví sin honor, sin trabajo, sin discípulos…”

El libro que Otín engendró en 28 días de profunda depresión: “Me ví sin honor, sin trabajo, sin discípulos…”
Los genios engendran genialidades incluso en los peores momentos de sus vidas. “La vida en cuatro letras” (Paidós) es el apasionante libro que Carlos López Otín, catedrático de Biología Molecular de la Universidad de Oviedo,  escribió en 28 días y 28 noches del pasado mes de junio.
Sucedió en una casa de Mallorca, en un estado de profunda depresión tras conocer una desgarradora noticia: que unos 6.000 ratones de investigación, claves en el trabajo presente y futuro suyo y de sus colaboradores y discípulos, debían ser sacrificados de forma inmediata a causa de una sorprendente infección en el bioterio de la Universidad asturiana.
Escribir este libro fue parte de su terapia ante una desgracia que se sumaba a lo que Otín (Sabiñánigo, Huesca, 1958) ha descrito como un proceso de acoso personal y profesional para desacreditar una carrera científica de prestigio mundial. De tal manera tocó fondo que llegó a acariciar la idea de quitarse la vida.
Cargado de ciencia y de filosofía, “La vida en cuatro letras” ha salido a la venta hoy martes. Explica las complejísimas claves biológicas de la vida de un modo muy asequible, expone apasionantes avances científicos, plantea utopías y distopías, dibuja un futuro poblado por híbridos hombre-máquina, presenta a personas de carne y hueso tan enfermas como extraordinarias y hasta aporta una “imperfecta fórmula genómica de la felicidad”. entrevista tras su crisis personal y profesional. 

-“¿Cómo está Otín?”, se pregunta mucha gente.
-Otín está desubicado y perplejo. A los 60 años me he ido a enterar de que si alguien quiere hacerte daño, e incluso destruirte, puede hacerlo perfectamente y de una manera sencilla. Y esto me tiene perplejo.
-¿Y médicamente?
-Estoy a tratamiento, que va a extenderse un mínimo de dos años. El daño fue impresionante.

“A los 60 años me he enterado de que si alguien quiere hacerte daño, e incluso destruirte, puede hacerlo de una manera sencilla"

-¿Cómo eclosiona?
-El día que supe que había que sacrificar los 6.000 ratones de investigación que teníamos en el bioterio me rendí. Toqué fondo. Y lo que hice fue ir a un psiquiatra de Madrid. Me acompañó mi mujer. Hablamos una hora y me dijo: “Tienes que ingresar inmediatamente en un centro de aislamiento”. Para nosotros era inasumible, y me comprometí a aislarme por mi cuenta. Me fui a Mallorca y me encerré en el piso de mi hija para cumplir la promesa del aislamiento. Allí lo escribí: 28 días. Junio de 2018. Lo metí en un cajón. Y a continuación dediqué un mes entero a caminar, a hacer yoga y otras actividades para fortalecer el cuerpo y el espíritu. No hablé nunca con nadie, salvo un día, a finales de julio, que me encontré a un policía y a un guardia civil de Asturias que me conocían. Fue un encuentro muy grato. Antes de ir a París, añadí todas las notas del libro y los agradecimientos. Y lo entregué a la editorial.

"No me avergüenza decir que en estos meses atrás no me habría importado quitarme la vida. Ahora estoy mejor"

-Según confiesa en el prólogo, este libro ha sido “concebido en primer lugar para ayudar al autor”.  ¿De qué modo le ha ayudado el hecho de escribirlo?
-Después de muchos años de vida plena y feliz, personal y profesionalmente, y de recibir mucho afecto de mis colegas y de mucha gente, principalmente de Asturias, de un día para otro desapareció mi “ikigai”, palabra japonesa que significa propósito de la vida. Me quedé sin propósito, y cuando uno se queda sin propósito se queda vacío.

-Su vida carecía ya de objetivos…
-Eso es. No sentía que tuviera ningún motivo para levantarme al día siguiente. Nada distinto de lo que sucede a 500 millones de personas en el mundo, afectadas de depresión. Yo consideraba que tenía la mente más fuerte del mundo. Estaba acostumbrado a la presión, pero siempre salía adelante. Desde que llegué a Asturias estuve sometido a un acoso crónico de baja intensidad: eso lo sabe toda la Universidad. Sucede en todas las profesiones, y en las empresas… Se me hundió todo.

-Y tuvo que recluirse…
-Y pasé de escribir y contestar 200 correos electrónicos al día, a ninguno. Pasé de recibir todo tipo de llamadas y peticiones al silencio más absoluto. Y me puse a escribir para sobrevivir. Tenía en la cabeza de qué quería escribir, y pensé que era una gran oportunidad para explicar a todo el que lo quisiera leer que la vida cambia. Que uno puede sentirse la persona más feliz del mundo y de repente pasar a ser el más triste del mundo. Tuve que aislarme de mi familia, de mis amigos, de todo, para poder sobrevivir, por prescripción médica. Y un tratamiento. Yo no había tomado una aspirina en mi vida. Me puse a escribir, y salió este libro.

"Vuelvo a tener un propósito vital y me alegro de haber superado aquella situación"

-Y le ha servido.
-Me ha servido muchísimo. Tanto, que me he aficionado. Y he escrito… otros libros.

-En el primer capítulo dice algo muy fuerte: que en estos meses atrás no le habría importado quitarse la vida. ¿Tan fuerte ha sido su sufrimiento?
-Es así. No me da vergüenza decirlo. He realizado un estudio de los científicos importantes, algunos destacadísimos, que en los últimos años han sufrido exactamente las mismas estrategias de acoso y se han suicidado. En Francia esto es bien sabido. Algunos casos en Japón, donde tienen un sentido del honor muy alto. En aquel momento no le veía ningún problema a desaparecer.

-¿Ahora está mejor?
-Sin duda.

"A mi cuenta de correo me llegaron miles de mensajes de apoyo de todo el mundo, desde personas anónimas a instituciones"

-¿Vuelve a tener un propósito vital?
Sí, lo tengo de nuevo. Me alegro de haber superado aquella situación.

-Usted ha denunciado una campaña de acoso personal y profesional encaminada a desacreditar su trabajo científico. Podía haber optado por no decir nada. ¿Se ha sentido comprendido y apoyado?
Muchísimo. Es una de las cosas que me ha ayudado a recuperar el propósito vital. De manera espontánea, surgió una campaña contraria a la que pretendía destruirme, en plan “hasta aquí hemos llegado”. Esta misma entrevista es para mí un modo de agradecer. A mi cuenta de correo, que ya no la gestiono yo, sino gente de mi laboratorio, me llegaron miles de mensajes de apoyo de todo el mundo, desde personas anónimas a instituciones. Esto me da una responsabilidad extraordinaria. No puedo irme. No puedo abandonar. También me ha llegado una oleada de ofertas de trabajo, de gente que considera que ya no puedo estar contento en Asturias.

-¿En qué medida han alimentado esa campaña personas geográficamente cercanas a usted?
En toda. El inicio de la campaña, al cien por ciento. Pero esto no forma parte de ninguno de mis pensamientos. Lo sabemos y ya está. No pasa nada.

-¿Se anima a dar nombres?
No.

-¿La retirada de nueve artículos suyos en revistas científica supuso un golpe muy fuerte?
-Eso es la nada en un marco de 32 años de trabajo. Es algo marginal dentro de la carrera científica. Eran artículos de hace muchos años, superados a todos los niveles, y cuyos resultados habían sido confirmados. Y han sido retirados por nosotros mismos.

-Relata en el libro los detalles de un revés profesional que sufrió su padre hace casi 40 años. Lo engañaron y lo arruinaron. ¿Cómo influyó en su vida?
-Yo veía a mi padre como un señor mayor que había tenido una gravísima decepción profesional. Y resulta que en aquel momento mi padre era más joven de lo que yo soy ahora. Estuvo diez años sin salir de casa. Yo me vi igual: sin honor, sin trabajo, sin animales, sin experimentos por hacer, sin discípulos… Me quedo en casa. ¿Diez años? ¿Quince? No sabes. Y entonces entendí a mi padre, que se desconectó del mundo, completamente.

“Mi padre tuvo una gravísima decepción profesional y estuvo 10 años sin salir de casa; yo me vi igual y entendí a mi padre, que se desconectó del mundo”

-En el libro habla de un buen puñado de canciones y piezas musicales que le han hecho la vida más vivible.
-La música es el hilo conductor del libro.

-Pero usted no es un melómano.
-No, no lo soy, y además trabajo mucho en silencio total. Pero enseguida vi que los capítulos que escribía necesitaban un sonido que los acompañara.

“La ciencia necesita abrir otras ventanas, entender otros lenguajes distintos de los moleculares, los lenguajes de la trascendencia"

-La vida de las personas gira en torno a dos fuerzas: genes y ambiente. ¿Cuánto pesa cada uno de estos factores?
-No se pueden pesar ya de forma independiente. Forman parte de la misma unidad. Los separamos artificialmente para entenderlo mejor. Es una aproximación reduccionista. Lo mismo que cuando tomamos un ser vivo en su totalidad y vamos descomponiéndolo en piezas hasta que llegamos al ADN, a las proteínas y estudiamos las piezas. Yo digo muchas veces en clase que los estudiantes del futuro deberán integrar todo. La palabra mágica es “regulación”, por eso le dedico un capítulo. La vida es una propiedad emergente. El todo es más que la suma de las partes. Si cogemos las partes independientes y las mezclamos, no vamos a conseguir lo mismo. Hay algo más. Y ese algo más, molecularmente, surge de la fuerza de la cooperación, de la interacción, de la integración. Entender esto es muy difícil.

-¿En qué medida es un libro filosófico?
-Absolutamente. Hay lo que llamo “filósofos moleculares”, que desde la ciencia han sido capaces de enviarnos mensajes de cuál es el propósito de la especie humana, cuál es el propósito del “homo sapiens” de ahora y del que se avecina, el “homo sapiens 2.0”… Estoy esperando a mis maestros, que vendrán de la filosofía. Los necesito para ayudarme, porque la ciencia necesita abrir otras ventanas, entender otros lenguajes distintos de los moleculares, los lenguajes de la trascendencia, que son característicos de nuestra especie. Necesitamos líderes del pensamiento.

“La inmortalidad es innecesaria, tenemos otras prioridades; desde hace más de 25 años estoy esperando que se cure alguien con cáncer de páncreas”

-Analiza el transhumanismo, o poshumanismo, una era que algunos concretan en seres humanos inmortales, sin dolor y con una inteligencia ilimitada gracias a los robots. Sus estudios sobre el envejecimiento acelerado hacen abrigar la esperanza del elixir de la eterna juventud. En su libro, usted se muestra combativo contra este tipo de ideas.
-Más que combativo, escéptico. Que me digan que en el año 2045 vamos a ser inmortales… Quedan 25 años. En 2045 habrá más de 100 millones de enfermos de alzhéimer en el mundo. Desde hace más de 25 años estoy esperando que se cure alguien con cáncer de páncreas. Y sin embargo con otros tumores ya se curan muchísimos.

-Pero usted dice en el libro que la inmortalidad es innecesaria.
-Es que lo es, hay otras prioridades. Tenemos un límite biológico de vida, que se estima en unos 120 años en condiciones normales y sin necesidad de mejorar la especie humana. Mejorando algunos problemas, eliminando tumores, extendiendo la longevidad… podemos mejorar un poco, pero no mucho más allá de nuestros límites. ¿Qué sentido tiene forzar esos límites? Es mucho mejor enriquecer las vidas. Por eso me invento el “homo sapiens sentiens”. No pongamos todas las apuestas en la tecnología, porque entonces el hombre más feliz del mundo será un robot.

“No pongamos todas las apuestas en la tecnología, porque entonces el hombre más feliz del mundo será un robot"

-Sin embargo, sí ve próxima una simbiosis hombre-robot. ¿De qué modo?
-Ya la veo. ¿Quién no tiene un teléfono móvil, que cumple funciones antes impensables?

-Usted sigue sin tener teléfono móvil.
-En París tuve uno. Aunque apenas lo necesito. Sé que soy muy raro y que soy una excepción (risas). Todo el conocimiento de la humanidad se lleva ahora en el bolsillo de un pantalón. Esto es una simbiosis de baja intensidad y alta adicción. Nos volvemos a las cuestiones más ligeras de estas ventajas. Si alguien escribe algo, léelo con calma, no con 140 caracteres o en 280…

-¿En qué momento ese híbrido dejaría de ser humano?
-Falta mucho tiempo. Pero mientras haya soporte biológico, órganos o tejidos, aunque sólo sea el cerebro, o una porción de ello, no habremos dado el salto. El híbrido puede pasar muchísimo tiempo siendo un híbrido, pero después habrá que escoger una de las dos vertientes. Y todo lo que cabe imaginar cuando eso suceda es el triunfo de las máquinas, porque probablemente no necesitarán ya el soporte biológico, pero entonces lo echarán de menos.

“Todo el conocimiento de la humanidad se lleva ahora en el móvil; esto es una simbiosis de baja intensidad y alta adicción"
-En varios pasajes del libro identifica la felicidad con la ausencia de enfermedad. Sin embargo, describe a varios de “sus” enfermos, empezando por Sammy Basso, como personas muy felices. Puede parecer contradictorio.
-Por eso los presento. Son los “maestros zen”, muy necesarios porque representan un estímulo. ¿Sammy? Es una excepción total. La mayoría de los enfermos de progeria son incapaces de encontrar un propósito, pero él lo tiene. Y entonces la enfermedad pasa a un segundo plano. Él sabe que cada día suyo es el último, desde los 12 años, y ha cumplido más de 20, ha acabado la carrera, escribe libros, hace obras de teatro… El pasado viernes hizo un musical… Pesa 18 kilos. Es transparente. Es un ejemplo de resiliencia humana, que también he visto en otras personas. En todas las circunstancias de la vida humana podemos salir adelante, incluso los muy enfermos, o los muy pobres, o los muy ricos… Ellos son quimeras perfectas actuales de homo sapiens sentiens, hombres que saben que sienten… Sammy sabe que siente, está lleno de emociones, incluyendo una profundísima fe en Dios. En la última operación a la que se sometió, a vida o muerte, lo ultimo que hizo antes de que le pusieran la anestesia fue rezar el rosario.

-En el libro señala que la espiritualidad, la meditación y el altruismo son elementos beneficiosos para la salud. ¿De qué manera?
-Sobre todo, para el lenguaje epigenómico. Estar en armonía con el mundo no te cambia el genoma. Un disgusto gravísimo tampoco te lo cambia. Pero sí te cambia los patrones de expresión de los genes. Un disgusto gravísimo o una situación de acoso crónico te rebaja la respuesta inmune, te induce la expresión de genes de inflamación… O sea, cambia la expresión de los genes, y patrones de genes que nos ayudaban pasan a volverse contra nosotros.

“Un disgusto gravísimo o una situación de acoso crónico te rebaja la respuesta inmune, te induce la expresión de genes de inflamación..."

-Hablar del surgimiento y desarrollo de la vida invita a plantearse la existencia de un plan preconcebido, de un planeador, al que algunos identificamos con Dios, de un proceso dotado de un sentido. ¿Cuál es su punto de vista?
-La Naturaleza no tiene un propósito. Quiero decir: no hay nada predestinado en la Naturaleza, no hay un diseñador inteligente. Si lo hubiera, no habría cada día miles y miles de niños que nacen con defectos irrecuperables, irresolubles, que les conducen a la muerte próxima. Entonces sería un diseñador poco inteligente, porque alimenta el sufrimiento y la imperfección humana. Pero eso no significa que no haya una trascendencia humana. A la Naturaleza déjala que se explique, y ya se explica. No hay un propósito y sí hay un hilo conductor, el ADN, que va desde los primeros organismos sencillos hasta hoy. Pero cómo voy a atreverme a rechazar que la especie humana tenga ansia de trascendencia, y cómo voy a obviar o a no respetar que la gente tenga creencias si cuantitativamente somos muchos menos los que no las tenemos que los que las tienen. A lo mejor soy yo el que está equivocado. Por eso el respeto es máximo. Entre mis mejores amigos y las personas que me han ayudado mucho en la vida, hay muchos que son profundamente creyentes, y no hay nada que discutir sobre esto. Son ventanas distintas, y la especie humana tiene esa necesidad porque ve la insuficiencia de la vida real.
  
-En vista de su experiencia, el lector deduce que sigue en pie, incluso aumentado, su asombro ante eso que algunos denominan “mysterium iniquitatis”, la inmensa capacidad de hacer el mal que exhiben algunas personas. ¿Dónde reside la capacidad humana de optar entre lo bueno, lo malo y lo directamente execrable?
-La especie humana no es buena naturalmente. Y, sobre todo, ya no estamos sintonizados biológicamente con la sociedad actual. La evolución biológica va a cámara lenta, y la evolución cultural es espectacular. La sociedad actual, culta e instruida, debería aprovecharse de la evolución cultural para mejorar la especie. Por eso insisto en que hay que crear una especie nueva que en lugar del homo sapiens mecánico, un robot, sea alguien con mejores sentimientos.

-En la anterior entrevista con este periódico, mencionaba la posibilidad de abandonar la carrera científica. ¿Continúa abrigando esa intención?
-Nuestras posibilidades de ser competitivos científicamente en Asturias de han reducido al uno por ciento de lo que eran.

“Tengo tres ofertas encima de la mesa para marcharma y debo contestar antes de junio; pero personas a las que aprecio mucho me animan a quedarme"

-Pero los ratones sacrificados pueden recuperarse en dos años.
-Pero tardaremos tres años más en hacer los experimentos que estaban en marcha. Cinco años. Y entonces estaremos en la casilla de salida.

-¿Descarta recuperar la felicidad?
-No lo descarto. He vivido muchos años con mucha felicidad. Pero probablemente necesite algún cambio drástico para lograrla, porque lo que hay en este entorno no ayuda mucho.

“Probablemente necesite algún cambio drástico para volver a lograr la felicidad, porque lo que hay en este entorno no ayuda mucho”

-¿Irse de aquí?
-No, no es irme. Tengo tres ofertas encima de la mesa, y debo contestar antes de junio. Personas a las que aprecio mucho me animan a quedarme. Dicen que si me voy desaparecerá todo lo que he intentado hacer.

-¿Hasta cuándo seguirá sin teléfono móvil y sin redes sociales?
-Redes sociales supongo que no tendré nunca. Y teléfono tengo ahora uno, aunque no es imprescindible en mi vida. Me gustaría encontrar otra manera de comunicarme con la sociedad. Cualquier adversidad es una lección de humanidad. En mi despacho, hablando con gente que ha venido a pedir ayuda, he visto muchas adversidades, mucho más graves que las mías. Y cada una es una lección de humanidad.

-Usted cita en varias ocasiones a Abderramán III, que estableció que en la vida de cada persona había 14 días de felicidad plena. ¿Cuántos le restan a usted por disfrutar?
-En todas las vidas hay momentos malos, y muy malos. Aún me quedan unos cuantos días buenos, y tengo la esperanza de llegar al cupo.

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