Los genios engendran genialidades
incluso en los peores momentos de sus vidas. “La vida en cuatro letras”
(Paidós) es el apasionante libro que Carlos López Otín, catedrático de
Biología Molecular de la Universidad de Oviedo, escribió en 28
días y 28 noches del pasado mes de junio.
Sucedió en una casa de
Mallorca, en un estado de profunda depresión tras conocer una
desgarradora noticia: que unos 6.000 ratones de investigación, claves en el
trabajo presente y futuro suyo y de sus colaboradores y discípulos, debían ser
sacrificados de forma inmediata a causa de una sorprendente infección en el bioterio
de la Universidad asturiana.
Escribir este libro fue parte de su
terapia ante
una desgracia que se sumaba a lo que Otín (Sabiñánigo, Huesca, 1958) ha
descrito como un proceso de acoso personal y profesional para
desacreditar una carrera científica de prestigio mundial. De tal
manera tocó fondo que llegó a acariciar la idea de quitarse la vida.
Cargado de ciencia y de filosofía,
“La vida en cuatro letras” ha salido a la venta hoy martes. Explica las
complejísimas claves biológicas de la vida de un modo muy asequible, expone
apasionantes avances científicos, plantea utopías y distopías, dibuja un futuro
poblado por híbridos hombre-máquina, presenta a personas de carne y hueso tan
enfermas como extraordinarias y hasta aporta una “imperfecta fórmula genómica
de la felicidad”. entrevista tras su crisis personal
y profesional.
-“¿Cómo está Otín?”, se pregunta
mucha gente.
-Otín está desubicado y perplejo. A
los 60 años me he ido a enterar de que si alguien quiere hacerte daño, e
incluso destruirte, puede hacerlo perfectamente y de una manera sencilla. Y
esto me tiene perplejo.
-¿Y médicamente?
-Estoy a tratamiento, que va a
extenderse un mínimo de dos años. El daño fue impresionante.
“A los 60 años me he enterado de que si alguien quiere
hacerte daño, e incluso destruirte, puede hacerlo de una manera sencilla"
-¿Cómo eclosiona?
-El día que
supe que había que sacrificar los 6.000 ratones de investigación que teníamos
en el bioterio me rendí. Toqué fondo. Y lo que hice fue ir a un psiquiatra de
Madrid. Me acompañó mi mujer. Hablamos una hora y me dijo: “Tienes que ingresar
inmediatamente en un centro de aislamiento”. Para nosotros era inasumible, y me
comprometí a aislarme por mi cuenta. Me fui a Mallorca y me encerré en el piso
de mi hija para cumplir la promesa del aislamiento. Allí lo escribí: 28 días.
Junio de 2018. Lo metí en un cajón. Y a continuación dediqué un mes entero a
caminar, a hacer yoga y otras actividades para fortalecer el cuerpo y el
espíritu. No hablé nunca con nadie, salvo un día, a finales de julio, que me
encontré a un policía y a un guardia civil de Asturias que me conocían. Fue un
encuentro muy grato. Antes de ir a París, añadí todas las notas del libro y los
agradecimientos. Y lo entregué a la editorial.
"No me
avergüenza decir que en estos meses atrás no me habría importado quitarme la
vida. Ahora estoy mejor"
-Según
confiesa en el prólogo, este libro ha sido “concebido en primer lugar para
ayudar al autor”. ¿De qué modo le ha ayudado el hecho de escribirlo?
-Después de
muchos años de vida plena y feliz, personal y profesionalmente, y de recibir
mucho afecto de mis colegas y de mucha gente, principalmente de Asturias, de un
día para otro desapareció mi “ikigai”, palabra japonesa que significa propósito
de la vida. Me quedé sin propósito, y cuando uno se queda sin propósito se
queda vacío.
-Su vida
carecía ya de objetivos…
-Eso es. No
sentía que tuviera ningún motivo para levantarme al día siguiente. Nada
distinto de lo que sucede a 500 millones de personas en el mundo, afectadas de
depresión. Yo consideraba que tenía la mente más fuerte del mundo. Estaba
acostumbrado a la presión, pero siempre salía adelante. Desde que llegué a
Asturias estuve sometido a un acoso crónico de baja intensidad: eso lo sabe
toda la Universidad. Sucede en todas las profesiones, y en las empresas… Se me
hundió todo.
-Y tuvo que
recluirse…
-Y pasé de
escribir y contestar 200 correos electrónicos al día, a ninguno. Pasé de
recibir todo tipo de llamadas y peticiones al silencio más absoluto. Y me puse
a escribir para sobrevivir. Tenía en la cabeza de qué quería escribir, y pensé
que era una gran oportunidad para explicar a todo el que lo quisiera leer que
la vida cambia. Que uno puede sentirse la persona más feliz del mundo y de
repente pasar a ser el más triste del mundo. Tuve que aislarme de mi familia,
de mis amigos, de todo, para poder sobrevivir, por prescripción médica. Y un
tratamiento. Yo no había tomado una aspirina en mi vida. Me puse a escribir, y
salió este libro.
"Vuelvo a tener un propósito vital y
me alegro de haber superado aquella situación"
-Y le ha servido.
-Me ha
servido muchísimo. Tanto, que me he aficionado. Y he escrito… otros libros.
-En el
primer capítulo dice algo muy fuerte: que en estos meses atrás no le habría
importado quitarse la vida. ¿Tan fuerte ha sido su sufrimiento?
-Es así. No
me da vergüenza decirlo. He realizado un estudio de los científicos
importantes, algunos destacadísimos, que en los últimos años han sufrido
exactamente las mismas estrategias de acoso y se han suicidado. En Francia esto
es bien sabido. Algunos casos en Japón, donde tienen un sentido del honor muy
alto. En aquel momento no le veía ningún problema a desaparecer.
-¿Ahora está
mejor?
-Sin duda.
"A mi cuenta
de correo me llegaron miles de mensajes de apoyo de todo el mundo, desde
personas anónimas a instituciones"
-¿Vuelve a
tener un propósito vital?
Sí, lo tengo
de nuevo. Me alegro de haber superado aquella situación.
-Usted ha
denunciado una campaña de acoso personal y profesional encaminada a
desacreditar su trabajo científico. Podía haber optado por no decir nada. ¿Se
ha sentido comprendido y apoyado?
Muchísimo.
Es una de las cosas que me ha ayudado a recuperar el propósito vital. De manera
espontánea, surgió una campaña contraria a la que pretendía destruirme, en plan
“hasta aquí hemos llegado”. Esta misma entrevista es para mí un modo de
agradecer. A mi cuenta de correo, que ya no la gestiono yo, sino gente de mi
laboratorio, me llegaron miles de mensajes de apoyo de todo el mundo, desde
personas anónimas a instituciones. Esto me da una responsabilidad
extraordinaria. No puedo irme. No puedo abandonar. También me ha llegado una
oleada de ofertas de trabajo, de gente que considera que ya no puedo estar
contento en Asturias.
-¿En qué
medida han alimentado esa campaña personas geográficamente cercanas a usted?
En toda. El
inicio de la campaña, al cien por ciento. Pero esto no forma parte de ninguno
de mis pensamientos. Lo sabemos y ya está. No pasa nada.
-¿Se anima a
dar nombres?
No.
-¿La
retirada de nueve artículos suyos en revistas científica supuso un golpe muy
fuerte?
-Eso es la
nada en un marco de 32 años de trabajo. Es algo marginal dentro de la carrera
científica. Eran artículos de hace muchos años, superados a todos los niveles,
y cuyos resultados habían sido confirmados. Y han sido retirados por nosotros
mismos.
-Relata en
el libro los detalles de un revés profesional que sufrió su padre hace casi 40
años. Lo engañaron y lo arruinaron. ¿Cómo influyó en su vida?
-Yo veía a
mi padre como un señor mayor que había tenido una gravísima decepción
profesional. Y resulta que en aquel momento mi padre era más joven de lo que yo
soy ahora. Estuvo diez años sin salir de casa. Yo me vi igual: sin honor, sin
trabajo, sin animales, sin experimentos por hacer, sin discípulos… Me quedo en
casa. ¿Diez años? ¿Quince? No sabes. Y entonces entendí a mi padre, que se
desconectó del mundo, completamente.
“Mi padre tuvo una gravísima decepción profesional y
estuvo 10 años sin salir de casa; yo me vi igual y entendí a mi padre, que se
desconectó del mundo”
-En el libro
habla de un buen puñado de canciones y piezas musicales que le han hecho la
vida más vivible.
-La música
es el hilo conductor del libro.
-Pero usted
no es un melómano.
-No, no lo
soy, y además trabajo mucho en silencio total. Pero enseguida vi que los
capítulos que escribía necesitaban un sonido que los acompañara.
“La ciencia
necesita abrir otras ventanas, entender otros lenguajes distintos de los
moleculares, los lenguajes de la trascendencia"
-La vida de
las personas gira en torno a dos fuerzas: genes y ambiente. ¿Cuánto pesa cada
uno de estos factores?
-No se
pueden pesar ya de forma independiente. Forman parte de la misma unidad. Los
separamos artificialmente para entenderlo mejor. Es una aproximación
reduccionista. Lo mismo que cuando tomamos un ser vivo en su totalidad y vamos
descomponiéndolo en piezas hasta que llegamos al ADN, a las proteínas y
estudiamos las piezas. Yo digo muchas veces en clase que los estudiantes del
futuro deberán integrar todo. La palabra mágica es “regulación”, por eso le
dedico un capítulo. La vida es una propiedad emergente. El todo es más que la
suma de las partes. Si cogemos las partes independientes y las mezclamos, no
vamos a conseguir lo mismo. Hay algo más. Y ese algo más, molecularmente, surge
de la fuerza de la cooperación, de la interacción, de la integración. Entender
esto es muy difícil.
-¿En qué
medida es un libro filosófico?
-Absolutamente.
Hay lo que llamo “filósofos moleculares”, que desde la ciencia han sido capaces
de enviarnos mensajes de cuál es el propósito de la especie humana, cuál es el
propósito del “homo sapiens” de ahora y del que se avecina, el “homo sapiens
2.0”… Estoy esperando a mis maestros, que vendrán de la filosofía. Los necesito
para ayudarme, porque la ciencia necesita abrir otras ventanas, entender otros
lenguajes distintos de los moleculares, los lenguajes de la trascendencia, que
son característicos de nuestra especie. Necesitamos líderes del pensamiento.
“La inmortalidad es innecesaria, tenemos otras
prioridades; desde hace más de 25 años estoy esperando que se cure alguien con
cáncer de páncreas”
-Analiza el
transhumanismo, o poshumanismo, una era que algunos concretan en seres humanos
inmortales, sin dolor y con una inteligencia ilimitada gracias a los robots.
Sus estudios sobre el envejecimiento acelerado hacen abrigar la esperanza del
elixir de la eterna juventud. En su libro, usted se muestra combativo contra
este tipo de ideas.
-Más que
combativo, escéptico. Que me digan que en el año 2045 vamos a ser inmortales…
Quedan 25 años. En 2045 habrá más de 100 millones de enfermos de alzhéimer en
el mundo. Desde hace más de 25 años estoy esperando que se cure alguien con
cáncer de páncreas. Y sin embargo con otros tumores ya se curan muchísimos.
-Pero usted
dice en el libro que la inmortalidad es innecesaria.
-Es que lo
es, hay otras prioridades. Tenemos un límite biológico de vida, que se estima
en unos 120 años en condiciones normales y sin necesidad de mejorar la especie
humana. Mejorando algunos problemas, eliminando tumores, extendiendo la
longevidad… podemos mejorar un poco, pero no mucho más allá de nuestros
límites. ¿Qué sentido tiene forzar esos límites? Es mucho mejor enriquecer las
vidas. Por eso me invento el “homo sapiens sentiens”. No pongamos todas las
apuestas en la tecnología, porque entonces el hombre más feliz del mundo será
un robot.
“No pongamos
todas las apuestas en la tecnología, porque entonces el hombre más feliz del
mundo será un robot"
-Sin
embargo, sí ve próxima una simbiosis hombre-robot. ¿De qué modo?
-Ya la veo.
¿Quién no tiene un teléfono móvil, que cumple funciones antes impensables?
-Usted sigue
sin tener teléfono móvil.
-En París
tuve uno. Aunque apenas lo necesito. Sé que soy muy raro y que soy una
excepción (risas). Todo el conocimiento de la humanidad se lleva ahora en el
bolsillo de un pantalón. Esto es una simbiosis de baja intensidad y alta
adicción. Nos volvemos a las cuestiones más ligeras de estas ventajas. Si
alguien escribe algo, léelo con calma, no con 140 caracteres o en 280…
-¿En qué
momento ese híbrido dejaría de ser humano?
-Falta mucho
tiempo. Pero mientras haya soporte biológico, órganos o tejidos, aunque sólo
sea el cerebro, o una porción de ello, no habremos dado el salto. El híbrido
puede pasar muchísimo tiempo siendo un híbrido, pero después habrá que escoger
una de las dos vertientes. Y todo lo que cabe imaginar cuando eso suceda es el
triunfo de las máquinas, porque probablemente no necesitarán ya el soporte
biológico, pero entonces lo echarán de menos.
“Todo el conocimiento de la
humanidad se lleva ahora en el móvil; esto es una simbiosis de baja intensidad
y alta adicción"
-En varios
pasajes del libro identifica la felicidad con la ausencia de enfermedad. Sin
embargo, describe a varios de “sus” enfermos, empezando por Sammy Basso, como
personas muy felices. Puede parecer contradictorio.
-Por eso los
presento. Son los “maestros zen”, muy necesarios porque representan un
estímulo. ¿Sammy? Es una excepción total. La mayoría de los enfermos de
progeria son incapaces de encontrar un propósito, pero él lo tiene. Y entonces
la enfermedad pasa a un segundo plano. Él sabe que cada día suyo es el último,
desde los 12 años, y ha cumplido más de 20, ha acabado la carrera, escribe
libros, hace obras de teatro… El pasado viernes hizo un musical… Pesa 18 kilos.
Es transparente. Es un ejemplo de resiliencia humana, que también he visto en
otras personas. En todas las circunstancias de la vida humana podemos salir
adelante, incluso los muy enfermos, o los muy pobres, o los muy ricos… Ellos
son quimeras perfectas actuales de homo sapiens sentiens, hombres que saben que
sienten… Sammy sabe que siente, está lleno de emociones, incluyendo una
profundísima fe en Dios. En la última operación a la que se sometió, a vida o
muerte, lo ultimo que hizo antes de que le pusieran la anestesia fue rezar el
rosario.
-En el libro
señala que la espiritualidad, la meditación y el altruismo son elementos
beneficiosos para la salud. ¿De qué manera?
-Sobre todo,
para el lenguaje epigenómico. Estar en armonía con el mundo no te cambia el
genoma. Un disgusto gravísimo tampoco te lo cambia. Pero sí te cambia los
patrones de expresión de los genes. Un disgusto gravísimo o una situación de
acoso crónico te rebaja la respuesta inmune, te induce la expresión de genes de
inflamación… O sea, cambia la expresión de los genes, y patrones de genes que
nos ayudaban pasan a volverse contra nosotros.
“Un disgusto
gravísimo o una situación de acoso crónico te rebaja la respuesta inmune, te
induce la expresión de genes de inflamación..."
-Hablar del
surgimiento y desarrollo de la vida invita a plantearse la existencia de un
plan preconcebido, de un planeador, al que algunos identificamos con Dios, de
un proceso dotado de un sentido. ¿Cuál es su punto de vista?
-La
Naturaleza no tiene un propósito. Quiero decir: no hay nada predestinado en la
Naturaleza, no hay un diseñador inteligente. Si lo hubiera, no habría cada día
miles y miles de niños que nacen con defectos irrecuperables, irresolubles, que
les conducen a la muerte próxima. Entonces sería un diseñador poco inteligente,
porque alimenta el sufrimiento y la imperfección humana. Pero eso no significa
que no haya una trascendencia humana. A la Naturaleza déjala que se explique, y
ya se explica. No hay un propósito y sí hay un hilo conductor, el ADN, que va
desde los primeros organismos sencillos hasta hoy. Pero cómo voy a atreverme a
rechazar que la especie humana tenga ansia de trascendencia, y cómo voy a
obviar o a no respetar que la gente tenga creencias si cuantitativamente somos
muchos menos los que no las tenemos que los que las tienen. A lo mejor soy yo
el que está equivocado. Por eso el respeto es máximo. Entre mis mejores amigos
y las personas que me han ayudado mucho en la vida, hay muchos que son
profundamente creyentes, y no hay nada que discutir sobre esto. Son ventanas
distintas, y la especie humana tiene esa necesidad porque ve la insuficiencia
de la vida real.
-En vista de
su experiencia, el lector deduce que sigue en pie, incluso aumentado, su
asombro ante eso que algunos denominan “mysterium iniquitatis”, la inmensa
capacidad de hacer el mal que exhiben algunas personas. ¿Dónde reside la
capacidad humana de optar entre lo bueno, lo malo y lo directamente execrable?
-La especie
humana no es buena naturalmente. Y, sobre todo, ya no estamos sintonizados
biológicamente con la sociedad actual. La evolución biológica va a cámara
lenta, y la evolución cultural es espectacular. La sociedad actual, culta e
instruida, debería aprovecharse de la evolución cultural para mejorar la
especie. Por eso insisto en que hay que crear una especie nueva que en lugar
del homo sapiens mecánico, un robot, sea alguien con mejores sentimientos.
-En la
anterior entrevista con este periódico, mencionaba la posibilidad de abandonar
la carrera científica. ¿Continúa abrigando esa intención?
-Nuestras
posibilidades de ser competitivos científicamente en Asturias de han reducido
al uno por ciento de lo que eran.
“Tengo tres ofertas encima de la mesa para marcharma y
debo contestar antes de junio; pero personas a las que aprecio mucho me animan
a quedarme"
-Pero los
ratones sacrificados pueden recuperarse en dos años.
-Pero
tardaremos tres años más en hacer los experimentos que estaban en marcha. Cinco
años. Y entonces estaremos en la casilla de salida.
-¿Descarta
recuperar la felicidad?
-No lo
descarto. He vivido muchos años con mucha felicidad. Pero probablemente
necesite algún cambio drástico para lograrla, porque lo que hay en este entorno
no ayuda mucho.
“Probablemente
necesite algún cambio drástico para volver a lograr la felicidad, porque lo que
hay en este entorno no ayuda mucho”
-¿Irse de
aquí?
-No, no es
irme. Tengo tres ofertas encima de la mesa, y debo contestar antes de junio.
Personas a las que aprecio mucho me animan a quedarme. Dicen que si me voy
desaparecerá todo lo que he intentado hacer.
-¿Hasta
cuándo seguirá sin teléfono móvil y sin redes sociales?
-Redes
sociales supongo que no tendré nunca. Y teléfono tengo ahora uno, aunque no es
imprescindible en mi vida. Me gustaría encontrar otra manera de comunicarme con
la sociedad. Cualquier adversidad es una lección de humanidad. En mi despacho,
hablando con gente que ha venido a pedir ayuda, he visto muchas adversidades,
mucho más graves que las mías. Y cada una es una lección de humanidad.
-Usted cita
en varias ocasiones a Abderramán III, que estableció que en la vida de cada
persona había 14 días de felicidad plena. ¿Cuántos le restan a usted por
disfrutar?
-En todas
las vidas hay momentos malos, y muy malos. Aún me quedan unos cuantos días
buenos, y tengo la esperanza de llegar al cupo.
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