Ramón Tomás Abad Siñeriz (Figueras) LNE 25/2/2020
Mi madre nos contaba que cuando era moza, al principio de la década de los
treinta del pasado siglo, tuvo ocasión de oír un discurso de campaña electoral
en Navia. El orador decía entre otras lindezas: “¿Queréis praos? ¡Pues tendréis
carreteres!”. La traducción obvia es que antes, y ahora, los políticos hacen lo
que les viene en gana y conviene, no lo que se les demanda.
En otra ocasión oí cómo un viejo, y muy sensato, lugareño le decía al
Alcalde que más que hacer nuevas carreteras era mejor dotar de cunetas a las
que ya había para evitar su deterioro. Y es que los políticos suelen hacer
cosas “nuevas” sin pensar en su mantenimiento posterior. Todos sabemos la
razón.
En el marco de estos planteamientos previos quiero exponer un controvertido
tema de actualidad, el de la eutanasia, o mejor, la dualidad “eutanasia versus
cuidados paliativos”.
A grandes rasgos podemos afirmar que el dolor tiene un origen físico,
psíquico o mixto, este el más frecuente, cuando un dolor físico intenso,
mantenido en el tiempo sin tratamiento adecuado se cronifica e inevitablemente
produce una depresión y puede terminar en un desesperante deseo de suicidio.
En los últimos veinte años el desarrollo profesional de los cuidados
paliativos es tal que en la actualidad se puede afirmar que es posible
controlar cualquier dolor con medicación adecuada, generalmente mórficos y
derivados, así como los estados psíquicos consustanciales al dolor y la
soledad, como depresión, desesperación, deseo de suicidio, etc., con sustancias
psicoactivas de forma tal que en la práctica aquellas personas que deseaban
morirse previamente al control de su dolor, una vez controlado este desean
vivir su vida normalmente. Y esto ocurre tan solo con una excepción de cada
veinte mil pacientes tratados en cuidados paliativos.
En cuidados paliativos el médico proporciona al paciente dosis terapéuticas
de los medicamentos administrados cumpliendo el principio básico y ético de
“primum non nocere”, esto es, no hacer daño (que conlleva preservar la vida
como norma principal). O sea, el paciente se beneficia y el médico cumple su
deber.
En la eutanasia, por el contrario, al paciente se le administran dosis
mortales de fármacos tóxicos (venenos) y el médico incumple sus principios
éticos y profesionales porque lo que hace es matar al paciente.
¿Cuál es el problema social y profesional? La respuesta es la falta de
medios y de profesionales cualificados, o sea, la falta de un presupuesto que
cubra las necesidades del doble de pacientes que actualmente hay porque se
calcula que solo están tratados la mitad de los pacientes que lo necesitan. Sin
embargo, no se requiere el doble de dinero si se forma en esta especialidad a
los médicos de cabecera de forma que se capaciten para administrar ellos mismos
la medicación paliativa a sus pacientes o, al menos, formar un equipo básico de
paliativos en cada centro de salud principal, de forma que no se dependa tanto
del equipo del hospital correspondiente ya sobresaturado.
Los políticos dirán: ¿queréis paliativos?, ¡pues tendréis eutanasia! Y en
vez de arreglar lo que tenemos, en forma de potenciar los excelentes equipos de
paliativos existentes, promulgarán una ley que nadie demanda (bueno, sí, uno de
cada veinte mil pacientes, o sea una de cada trescientas mil personas) en forma
de eutanasia cuyos efectos secundarios, los de esa ley, son desconocidos y en
todo caso muy peligrosos.
¡Con lo fácil que es hacer feliz a la gente con tan solo escucharla!
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