Hay
que ser fan de lo que hay – En el blog de Rosa Lombas
Martes,
3 de mayo de 2016
Una de las mejores cosas de
estar de vuelta en casa después de más de un mes viviendo en un hospital
es haber perdido de vista al gotero por unos días. Este es mi gotero.
Yo le llamo el árbol de Navidad. De él cuelgan todo tipo de botellas y sobrecitos de los que parten sus respectivos cables. Estos cables tienen a su vez pequeñas roscas regulables, y todo ello iba conectado a mi teta izquierda veinticuatro horas al día. Es como llevar un árbol de navidad rodante al que persigues intentando engancharle las luces.
Esa
cosa azul cuadrada es una bomba que, para funcionar, necesita estar conectada a
la corriente eléctrica, o sea el clásico enchufe de la pared. Además de las inyecciones
en distintas posturas teatrales, la quimio me la ponen también por el gotero:
un sobrecito naranja cuyo contenido es del color de la gelatina de fresa. Aquí
entra en juego la bomba, que va dosificando el sobre a lo largo de poco
más de un día. Durante ese día estoy doblemente enchufada: de la teta al
gotero, y del gotero al enchufe de la pared. Huelga decir que el enchufe de la
bomba es el típico enchufe negro, gordo y odioso que exige tanto maña como
fuerza para insertarse y extraerse de la toma de corriente. Cada vez que
necesitas ir al baño tienes entonces que desenchufarte, recoger el cable negro
gordo y hacer con él un ovillo para que no arrastre, y desplazar al árbol de
Navidad contigo. Con tantas botellas regándome a diestro y siniestro, además,
no paraba de mear. El gotero era así mi complemento menos favorito de entre
todos los chismes y artilugios modernos con los que mi habitación
futurista venía equipada.
Creo
que he mencionado ya que soy lo que se conoce como una persona caguica: no me
atrevo a saltar al agua desde el Gallo en Luanco, nunca he sabido hacer el pino
puente y me da miedo montar en monopatín. Esto se debe a un terror cerval al
dolor físico que, bien mirado, es más bien un instinto conservador: nunca me he
roto nada, ni un triste esguince, y hasta esto de la leucemia nunca había
pisado un hospital salvo para algún chequeo rutinario de rigor. El éxito de
este instinto mío consiste en su poder gráfico: no puedo evitar imaginarme
escenas de accidentes horribles que pueden ocurrir en situaciones ordinarias y
aparentemente poco arriesgadas. Por ejemplo, tiendo a imaginarme rompiéndome la
piñata al caerme por las escaleras. La visión de mi boca rota y sanguinolenta
me hace así extremar la precaución cuando aparecen escaleras en mi camino, y,
como resultado, no me caigo o, si lo hago, es de forma patética, por etapas y
entre grititos en falsete, terminando con mi culo como amortiguador en lugar de
los preciados dientes. Pues bien: mi instinto conservador detectó una potencial
amenaza en el gotero tras el incidente que os voy a relatar.
Mi
primera noche en el HUCA me desperté de pronto a eso de las cuatro de la
mañana, soñando que me meaba desesperadamente. Volviendo a la realidad no sin
cierta confusión, decido ir al baño, gotero a cuestas, para remediarlo. Hay que
decir que además de caminar gotero en mano cual callado de personaje bíblico,
mis andares en aquellos principios eran un poco estilo vieja decrépita, porque
mi pierna aún se estaba recuperando de la trombosis con la que empezó todo este
jaleo. Como colofón, tampoco puedo sentarme cómodamente y orinar en la taza del
váter como una persona normal: en su afán medidor, los médicos me piden que
deposite mi pis en un bote de plástico que vive en el cuarto de baño y que las enfermeras
vacían de vez en cuando, contabilizando mis fluidos esta vez en sentido salida.
Así que ahí llego yo al baño, haciendo rodar el gotero del que cuelgan cables
transparentes de varios tipos que desembocan en mi mano izquierda, por aquél
entonces mano biónica predecesora del catéter actual. Enciendo la luz y, medio
grogui, busco el bote donde he de almacenar mi meada, en el que hay ya un poco
de mi orina de antes de dormir. En cuestión de segundos, un movimiento torpe
tratando de coger el bote sin tocar con él al gotero y sus cables genera una
explosión de pis que inunda suelo, pijama, vendajes y vías de brazos. Es la
fiesta del pis. Todo muy higiénico. Intento secar el escenario con papel, pero
ya desde la taza, tirando la toalla y riéndome de la situación (recordemos que
me estaba meando desesperadamente, me merecía sentarme de una buena vez).
La
cosa se resuelve sin más problemas: aprieto el botoncito rojo, la dulce
enfermera Ana aparece y me cambia la vía y los vendajes con la suavidad de un
anuncio de Dodot, me limpian el baño, me reponen el papel higiénico. Nadie me
riñe, todo son buenas caras. Eso sí, ya no pego ojo en toda la noche.
Después
de la faena del pis consideré necesario adoptar algún tipo de estrategia de
convivencia con el gotero. Cuando tu teta derecha va enchufada a un árbol de
Navidad, un tirón por accidente puede ser fatal (aquí yo me imaginaba escenas
gore de pechos siendo arrancados por un gotero arrastrado al ruedo en dirección
opuesta). No conviene librar una lucha abierta con un trasto que me persigue
las 24 horas del día y que además sabe hacer la zancadilla. ¿Qué hacer, pues,
contigo, Gotero? Recuerdo entonces la frase de Maquiavelo: “Ten cerca a tus
amigos, pero aún más cerca a tus enemigos”. Al gotero hay que tenerlo vigilado
de cerca para que no la arme. Si estás ingresado y eres usuario de un
gotero, éste ha de ser tu principio rector.
Además,
estos son algunos otros consejos que deberé recordar cuando vuelvan a
enchufarme al árbol:
1.
Lleva siempre una pinza para sujetarte los cables a la ropa y evitar tirones.
2. El suelo del baño está en curva, el gotero ha de aparcarse bien mientras te duchas o usas el WC, para evitar que ruede a sus anchas.
2. El suelo del baño está en curva, el gotero ha de aparcarse bien mientras te duchas o usas el WC, para evitar que ruede a sus anchas.
3.
Los goteros de palo blanco y sólido son muy codiciados porque ruedan mucho
mejor que los negros enclenques. No obstante, hacen más la zancadilla. Hay que
estar pendiente de no tropezar cuando se camina con ellos al lado, mantenlo
siempre a una distancia prudencial de tus pies.
4.Puedes
poner tus zapatillas encima de las aspas de las ruedas, es mejor que en el
suelo ya que el gotero tropezará con ellas si las encuentra en su camino.
5.Hazte
con un ladrón-alargador para enchufarte y desenchufarte más cómodamente de tu
gotero. Puedes tener el ladrón en la cama y enchufarte ahí en lugar de a la
toma de la pared, que es más aparatosa e incómoda.
Pero
todas estas precauciones pueden esperar al lunes que viene. Por otra parte,
tampoco vamos a demonizar al gotero: se requiere un talento especial y
toneladas de mala suerte para tener un accidente real con él, lo que pasa es
que yo, como ya he dicho, soy una caguica y me falta un verano. Además el árbol
tenía también sus buenos momentos. Como cuando llevaba puesto mi adorno
favorito, el bocata de tortilla. Es este de la foto. No sé muy bien lo que es
ni para qué sirve, sólo que me lo enchufaban en días alternos y que es muy
simpático porque va envuelto en papel albal. Me pregunto si el lunes que viene
tocará bocata o no.
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