Suscribo cada palabra, cada punto y como de este
escrito, y me permito hacerlo extrapolable, a los que en su momento (haces ya tres
años y medio) eran responsables del equipo de Cuidados Paliativos en el Area
Sanitaria I - Hospital de Jarrio, Juan
Antonio y Montse.
Una vez más, muchas gracias por vuestro inestimable
apoyo en aquellos duros momentos, pero sobre todo, por vuestra humanidad.
-----------------------
Vivamos hasta el final
Eva Zapico Redondo (Mieres) – LNE 29/1/2018
Hace un par de meses, asistí a una charla-coloquio sobre cuidados
paliativos en la que, tras escuchar a Ricardo (médico de cuidados paliativos) y
a una de las asistentes, pude comprobar que una situación vivida que me
angustia, aún algunas veces, parece ser, desafortunadamente, algo habitual. Es
por eso que me gustaría compartir mi experiencia personal, pues tal vez pueda
servir de ayuda a alguien e, incluso, contribuir a cambiar un poco las cosas
respecto a todo lo que rodea a los cuidados paliativos, esos grandes
desconocidos a mi modo de ver.
Supe de la existencia de la unidad de cuidados paliativos a través del
médico de cabecera de mi familia. Reconozco que aquel día me fui algo enfadada,
pues lo único que quería pensar en aquel momento era que mi padre se pondría
bien. Unos cuantos meses después, el oncólogo nos propuso que nos fuésemos
poniendo en contacto con cuidados paliativos, dos años y dos meses después de
que le diagnosticaran la enfermedad a mi padre, ya en estado avanzado. Antes ni
siquiera los había mencionado. Al día siguiente, acudí a nuestro médico de
cabecera para que nos pusiese en contacto con ellos y su respuesta literal fue:
“Cómo vas a darle cuidados paliativos a tu padre, que es muy pronto; cómo le
vas a dar opioides. Vuelve otro día”. Una semana después y tras insistir un par
de veces más, finalmente nuestro médico de cabecera les dio mi teléfono para
que se pusiesen en contacto con nosotros en cuanto les fuese posible.
Recuerdo estar hablando con mi madre, precisamente, sobre cuidados
paliativos. Ya no esperábamos su llamada, era viernes, 14.55, y justo en ese
momento sonó el teléfono. Apenas me atrevía a cogerlo y fue entonces cuando oí
por primera vez la voz de Ricardo, quien desde el primer momento me transmitió
una sensación de tranquilidad que hacía mucho tiempo que andaba buscando. Ni
siquiera nos conocíamos, pero sentí que mi familia iba a estar en buenas manos,
como después pudimos comprobar. Quedamos en vernos el lunes a primera hora.
Nunca olvidaré ese primer encuentro con ellos. Me sorprendió, como sin
conocerme y con apenas mirarme, cómo Ricardo sabía que era lo que me removía
por dentro.
La madrugada anterior la habíamos pasado en urgencias, pero mi padre había vuelto
a casa ese mismo lunes por la mañana y lo que siguió fueron tres largos e
intensos días, con sus noches, muy difíciles, pero en los que tuvimos la suerte
de contar con el apoyo del equipo de cuidados paliativos, quienes no sólo
aliviaron el dolor de mi padre, sino que también acompañaron a toda nuestra
familia, escuchándonos con toda la atención, como si no existiese nada ni nadie
más en el mundo, haciéndonos sentir personas y no como un número más al que
había que tratar. Durante esos días, me sentí protegida, como si nada malo
fuese a pasar, a pesar de que el final parecía estar muy cerca. Y así fue,
fueron tan sólo tres días los que pudieron acompañar a mi padre.
Pero este gran equipo no sólo estuvo con mi familia durante los últimos
días de vida de mi padre. También me acompañaron en el principio de una nueva
etapa de mi vida en la que debía aprender a vivir sin él. No se imaginan lo
reconfortante que fue para mí visitarlos durante las semanas siguientes, ya
sólo con los abrazos que nos dábamos al encontrarnos la pena parecía
aligerarse. Con ellos pude compartir libremente cómo me sentía, sin que nadie
me dijese: “Ya está, ya pasó...”. Gracias a ellos pude aliviar, al menos, parte
de la frustración que sentía cuando pensaba: “¿Por qué mi padre no pudo ser una
de esas personas que habían conseguido sobrevivir a la enfermedad?”. También me
ayudaron a mantener bajo control la angustia y la ansiedad que, a veces, me
hacían sentir responsable e incluso culpable cuando optamos por los cuidados
paliativos en lugar del tratamiento de radioterapia que el oncólogo nos sugirió
al mismo tiempo que los cuidados paliativos. Fueron ellos quienes me explicaron
que estos cuidados no aceleran el curso de la enfermedad, que hay personas que
los reciben incluso durante años; que algunos tratamientos pueden causar
incluso más daños; que cuando algunos médicos se empeñan en decir que ya no hay
nada que hacer, en realidad aún quedan muchas cosas por hacer. Hablamos también
de la importancia de las palabras, de la vida, de su final y fueron ellos
quienes me invitaron a reflexionar por primera vez: ¿por qué si nos ayudan
cuando llegamos a la vida, no nos ayudan cuando ésta se está acercando a su
final? Al fin y al cabo, la muerte es lo único que sabemos con certeza que nos
pasará en la vida y que poquito hablamos de ella, es como si al rehuirla no
fuese a suceder.
Ojalá, alguno de ellos, o alguien como ellos, se hubiese cruzado en el
camino de mi familia mucho antes y me hubiese explicado todo esto, por mucho
que me doliese en ese momento y aunque yo fuese reacia a escucharlo. Por el
modo en que te explican las cosas, estoy segura de que hubiese terminado por
hacerlo. Tal vez nuestra historia no hubiese sido muy diferente, pues los
sentimientos cambian y la manera de ver la vida es diferente según el momento,
lo que ahora si sé es que si hubiesen llegado mucho antes a nuestras vidas todo
habría sido más llevadero.
Siento si alguien se ha sentido ofendido, pero ésta es mi historia. Antes
de terminar, me gustaría tener un recuerdo especial para todas aquellas
personas que aun queriendo continuar viviendo no les fue posible. Hace dos años
que mi padre ya no está y desde entonces sigo buscando la manera de agradecer
al equipo de cuidados paliativos el modo en el que estuvieron a mi lado durante
los días más difíciles de mi vida hasta el momento. Gracias, una vez más,
Ricardo, Geli y Elsa, quienes siempre estaréis en mi corazón, al lado de mi
padre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario