miércoles, 31 de enero de 2018

La impagable labor de los profesionales de Cuidados Paliativos


Suscribo cada palabra, cada punto y como de este escrito, y me permito hacerlo extrapolable, a los que en su momento (haces ya tres años y medio) eran responsables del equipo de Cuidados Paliativos en el Area Sanitaria I -  Hospital de Jarrio, Juan Antonio y Montse.
Una vez más, muchas gracias por vuestro inestimable apoyo en aquellos duros momentos, pero sobre todo, por vuestra humanidad.
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Vivamos hasta el final
Eva Zapico Redondo (Mieres) – LNE 29/1/2018

Hace un par de meses, asistí a una charla-coloquio sobre cuidados paliativos en la que, tras escuchar a Ricardo (médico de cuidados paliativos) y a una de las asistentes, pude comprobar que una situación vivida que me angustia, aún algunas veces, parece ser, desafortunadamente, algo habitual. Es por eso que me gustaría compartir mi experiencia personal, pues tal vez pueda servir de ayuda a alguien e, incluso, contribuir a cambiar un poco las cosas respecto a todo lo que rodea a los cuidados paliativos, esos grandes desconocidos a mi modo de ver.
Supe de la existencia de la unidad de cuidados paliativos a través del médico de cabecera de mi familia. Reconozco que aquel día me fui algo enfadada, pues lo único que quería pensar en aquel momento era que mi padre se pondría bien. Unos cuantos meses después, el oncólogo nos propuso que nos fuésemos poniendo en contacto con cuidados paliativos, dos años y dos meses después de que le diagnosticaran la enfermedad a mi padre, ya en estado avanzado. Antes ni siquiera los había mencionado. Al día siguiente, acudí a nuestro médico de cabecera para que nos pusiese en contacto con ellos y su respuesta literal fue: “Cómo vas a darle cuidados paliativos a tu padre, que es muy pronto; cómo le vas a dar opioides. Vuelve otro día”. Una semana después y tras insistir un par de veces más, finalmente nuestro médico de cabecera les dio mi teléfono para que se pusiesen en contacto con nosotros en cuanto les fuese posible.
Recuerdo estar hablando con mi madre, precisamente, sobre cuidados paliativos. Ya no esperábamos su llamada, era viernes, 14.55, y justo en ese momento sonó el teléfono. Apenas me atrevía a cogerlo y fue entonces cuando oí por primera vez la voz de Ricardo, quien desde el primer momento me transmitió una sensación de tranquilidad que hacía mucho tiempo que andaba buscando. Ni siquiera nos conocíamos, pero sentí que mi familia iba a estar en buenas manos, como después pudimos comprobar. Quedamos en vernos el lunes a primera hora. Nunca olvidaré ese primer encuentro con ellos. Me sorprendió, como sin conocerme y con apenas mirarme, cómo Ricardo sabía que era lo que me removía por dentro.
La madrugada anterior la habíamos pasado en urgencias, pero mi padre había vuelto a casa ese mismo lunes por la mañana y lo que siguió fueron tres largos e intensos días, con sus noches, muy difíciles, pero en los que tuvimos la suerte de contar con el apoyo del equipo de cuidados paliativos, quienes no sólo aliviaron el dolor de mi padre, sino que también acompañaron a toda nuestra familia, escuchándonos con toda la atención, como si no existiese nada ni nadie más en el mundo, haciéndonos sentir personas y no como un número más al que había que tratar. Durante esos días, me sentí protegida, como si nada malo fuese a pasar, a pesar de que el final parecía estar muy cerca. Y así fue, fueron tan sólo tres días los que pudieron acompañar a mi padre.
Pero este gran equipo no sólo estuvo con mi familia durante los últimos días de vida de mi padre. También me acompañaron en el principio de una nueva etapa de mi vida en la que debía aprender a vivir sin él. No se imaginan lo reconfortante que fue para mí visitarlos durante las semanas siguientes, ya sólo con los abrazos que nos dábamos al encontrarnos la pena parecía aligerarse. Con ellos pude compartir libremente cómo me sentía, sin que nadie me dijese: “Ya está, ya pasó...”. Gracias a ellos pude aliviar, al menos, parte de la frustración que sentía cuando pensaba: “¿Por qué mi padre no pudo ser una de esas personas que habían conseguido sobrevivir a la enfermedad?”. También me ayudaron a mantener bajo control la angustia y la ansiedad que, a veces, me hacían sentir responsable e incluso culpable cuando optamos por los cuidados paliativos en lugar del tratamiento de radioterapia que el oncólogo nos sugirió al mismo tiempo que los cuidados paliativos. Fueron ellos quienes me explicaron que estos cuidados no aceleran el curso de la enfermedad, que hay personas que los reciben incluso durante años; que algunos tratamientos pueden causar incluso más daños; que cuando algunos médicos se empeñan en decir que ya no hay nada que hacer, en realidad aún quedan muchas cosas por hacer. Hablamos también de la importancia de las palabras, de la vida, de su final y fueron ellos quienes me invitaron a reflexionar por primera vez: ¿por qué si nos ayudan cuando llegamos a la vida, no nos ayudan cuando ésta se está acercando a su final? Al fin y al cabo, la muerte es lo único que sabemos con certeza que nos pasará en la vida y que poquito hablamos de ella, es como si al rehuirla no fuese a suceder.
Ojalá, alguno de ellos, o alguien como ellos, se hubiese cruzado en el camino de mi familia mucho antes y me hubiese explicado todo esto, por mucho que me doliese en ese momento y aunque yo fuese reacia a escucharlo. Por el modo en que te explican las cosas, estoy segura de que hubiese terminado por hacerlo. Tal vez nuestra historia no hubiese sido muy diferente, pues los sentimientos cambian y la manera de ver la vida es diferente según el momento, lo que ahora si sé es que si hubiesen llegado mucho antes a nuestras vidas todo habría sido más llevadero.
Siento si alguien se ha sentido ofendido, pero ésta es mi historia. Antes de terminar, me gustaría tener un recuerdo especial para todas aquellas personas que aun queriendo continuar viviendo no les fue posible. Hace dos años que mi padre ya no está y desde entonces sigo buscando la manera de agradecer al equipo de cuidados paliativos el modo en el que estuvieron a mi lado durante los días más difíciles de mi vida hasta el momento. Gracias, una vez más, Ricardo, Geli y Elsa, quienes siempre estaréis en mi corazón, al lado de mi padre.

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