Permítanme ofrecerles un punto de vista nada ortodoxo. Imaginen
que les digo que los sistemas sanitarios actuales son perniciosos para la
salud. Muchos se llevarán las manos a la cabeza y expresarán ruidosamente su
disconformidad. Bien, tan solo les pido un momento. Lean por favor estos dos
simples argumentos:
1. Toda actividad biosanitaria tiene un porcentaje de daño (lo
denominanos iatrogenia, efectos secundarios o efectos indeseables).
2. El paternalismo sanitario de décadas ha disminuido la
capacidad de autocuidado de las personas.
Obviamente los sistemas sanitarios han hecho mucho bien
aliviando sufrimiento, solucionando problemas de salud y aportando soluciones a
millones de personas. Son una de las causas del aumento de longevidad de la
población y de la disminución de ciertas enfermedades. Hay muchas cosas
positivas.
Pero volvamos a los dos argumentos propuestos. ¿Qué pasaría si
el sistema sanitario fuera la tercera causa de muerte de un país? ¿Qué pasaría
si hubiera potentes intereses para que la ciudadanía consuma cada vez más
bienes y servicios sanitarios?
Nos enfrentamos una tormenta perfecta de errores concatenados
desde la oficina del ministro de sanidad a la consulta del último médico de
pueblo del país. Cada vez acudimos más al médico, consumimos más medicamentos,
nos sometemos a más pruebas diagnósticas, percibimos peor nuestra salud, y
somos menos autónomos para cuidarla.
Por si esto fuera poco, nuestro sistema sanitario arrastra un
déficit crónico de financiación (se paga con impuestos y con deuda desde su
creación) que lo hace crónicamente insostenible.
¿Qué podemos hacer?
El primer paso es tomar conciencia de la magnitud y complejidad
del problema.
El segundo, repensar si queremos que la salud y la enfermedad
sean mercancías canjeables en el mercado o valores personales y sociales
esenciales que promocionar por un lado y aliviar por otro. Si optamos por la
última opción, sería básico priorizar la soberanía personal y el autocuidado en
primer lugar, y la sostenibilidad y racionalidad de los cuidados en segundo.
Cuantificar una cartera de servicios sanitarios basada en pruebas científicas,
garantizar el acceso a un vademécum de pruebas diagnósticas y medicamentos
esenciales para toda la población y potenciar la educación, la promoción de la
salud y las actividades de salud comunitaria. El economista Enrique Costas
Lombardía aconseja "una reforma (big
bang) que rehabilite el Sistema Nacional de Salud desde sus
principios y lo disponga por ley para hacer lo que tiene que hacer y nunca
hizo: afrontar con recursos limitados una demanda médica sin límites
naturales". Tenemos toneladas de estudios y datos económicos que avalan
esta opción, pero parece que poco a poco se está imponiendo la contraria, que
tiende a privatizar servicios y a favorecer el libre mercado sanitario,
favoreciendo a los potentes lobbies que obtienen enormes ganancias en este
sector.
Es importante que usted piense lo que más le puede interesar en
primera persona y como sociedad. Al final todos nos ponemos enfermos (de
verdad) y terminamos muriendo. ¿Cómo nos gustaría que nos atendieran cuando
ocurra?
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