No importa el nombre del hospital. Ni quién lo
cuenta. El relato es el mismo en voz de muchas bocas. Médicos y
enfermeras se enfundan en una bata protectora como soldados en una
batalla. Se ajustan el traje a modo de armadura, lo que les dificulta una
movilidad apreciada en momentos de urgencia. Mascarilla, guantes. Y a
empezar una jornada de doce horas sin apenas descanso. Peor que ayer,
mejor que mañana, esperan. Procuran dejar atrás el cansancio y los temores. El
miedo a que el servicio se desborde sin poder contenerlo, a que falten
materiales imprescindibles, a las inevitables bajas de compañeros.
El miedo a contagiarse y a contagiar a sus seres queridos.
Se colocan las gafas protectoras y se
concentran en su trabajo, los pacientes. Están enfermos, solos y, los que están
conscientes, asustados. Por su salud y por ver que van llegando cada
más enfermos. Necesitan sonrisas y palabras tranquilizadoras y no el
reflejo de los nervios. Las enfermeras, que están en contacto más directo con
los pacientes, saben dar esa calidez necesaria.
La atención sanitaria es un no
parar. Muchos casos, a la vez, graves. Hay que actuar con celeridad, precisión
y organización. En algún momento, los hombres y mujeres que habitan esos trajes
se miran incrédulos. “Esto es real, no es una pesadilla, no es una película de
ficción. Nos está pasando a nosotros”. Luego, en el descanso, algunos se
desfondan.
“Yo digo que esto es la tercera guerra mundial
y nos ha tocado ser soldados en primera fila”, reflexiona Meritxell Cascan,
enfermera de Urgencias en el Clínic, centro de referencia para la detección del
coronavirus. “Cada noche es un caos. Medio centenar de enfermos con fiebre en
espera durante horas”.
Hace
tres semanas recibieron al primer paciente con Covid-19. Y ese ingreso, que se
convirtió en gran noticia, parece ahora un hecho del pasado lejano que ya ni
recuerdan porque desde el viernes 13 de marzo la película es otra. La previsión
es que las peores escenas están por llegar.
El sentimiento está a flor de piel. Cuando
terminan la jornada, muchos comparten emocionados los vídeos que envían sus
amigos y familiares de los aplausos que los ciudadanos les dedican como si
fueran vítores a los vencedores. Sólo que siguen en el campo de batalla, en una
trinchera que nunca imaginaron. “Nos animan, y está muy bien, pero no somos
héroes, somos humanos que nos ha tocado lidiar con esto”, indica Silvia,
enfermera en un hospital de Barcelona. “Nos ayuda más si evitan que se colpase
el sistema y esto es quedándose en casa”.
Igualada va más avanzada en la expansión del
coronavirus. Aquí se inició uno de los focos importantes de la enfermedad, lo
que motivó el cierre de la localidad por parte de las autoridades catalanas.
El director
asistencial del hospital tal público de la capital del Anoia, Joan Miquel
Carbonell, se muestra muy preocupado. Su centro es un ejemplo de cómo el
coronavirus fragiliza todo el sistema sanitario si ataca a los profesionales de
la sanidad. En el recuento de ayer desde que se inició el brote, se
contabilizaban 207 positivos, 7 graves y 15 muertos. En la jornada de ayer había
76 pacientes ingresados por complicaciones respiratorias debido al virus. Esta
es una cifra difícil de abordar de forma ordinaria, con todos los recursos.
Pero esta circunstancia se da con un nivel de bajas laborales inusitadas. Más
de 300 trabajadores están en sus casas, debido al Covid-19. Cerca de 70 están
enfermos, y el resto en aislamiento preventivo. “Trabajamos a medio gas y al
límite”, manifiesta Carbonell. Una paradoja que se explica porque cada vez son
menos para una carga mayor.
Además
de los 76 ingresos hospitalarios, tres pacientes pertenecen a la plantilla del
hospital y dos están muy graves. El estado de salud mina la moral de la
plantilla. Un médico confinado en su domicilio a la espera del resultado del
test explica su inquietud. “Mis compañeros me cuentan que esta semana es mucho
peor que la anterior, en todos los sentidos. Y yo aquí, a la espera del
resultado”. Desea regresar cuanto antes a primera línea con sus compañeros. En
términos similares se expresa una enfermera del mismo centro, contacto de un
positivo, y con tantas probabilidades de estar sana como enferma. “El hospital
necesita manos, urge volver”.
No son los únicos en querer ayudar. Medio millar
de profesionales sanitarios se han ofrecido voluntarios para incorporarse al
hospital de la Anoia. No obstante, sólo lo han hecho de forma efectiva, un
número testimonial. Diez. Las administraciones están estudiando la manera de
incorporar sanitarios al sistema y no descartan la movilidad de profesionales
médicos de un punto geográfico a otro.
El
doctor Carbonell confiesa que el punto más débil del hospital igualadino es la
Unidad de Cuidados Intensivas (UCI). Sólo hay 10 camas de las que dos no son
operativas. Confía en poder contar con todas de forma bastante rápida, incluso
ampliar la unidad a 16 camas. “Pero este aumento depende de que haya más
personal”, un aspecto que en estos momentos no puede asegurarse.
Por otra parte, podría contar con las
instalaciones del geriátrico privado cuyos propietarios brindaron el pasado
lunes para reforzar el hospital. “No estoy en disposición de hacer previsiones
más allá de hoy, pero todas las infraestructuras que se pongan a disposición de
los pacientes son bienvenidas”, reconoce.
En
Barcelona, la situación empezó a desbordarse el pasado viernes. “Llevo más de
25 años trabajando en el servicio de emergencias y no he visto nada igual”,
afirma Ana Pérez, enfermera del SEM. “No podemos bajar la guardia ni un minuto.
Más que nunca hay que trabajar en equipo, con empatía v buen humor”, destaca.
Los sanitarios reciben apoyos imprevistos. Como
las pizzas que una noche llegaron inesperadamente al Clínic gracias a una
empresa del sector. O las notas que recibe Cascan de sus vecinos: “Gracias”.
Esta enfermera ha abierto un blog para compartir sus vivencias y animar a la
tropa (Diariodeunaenfermeradebcn.wordpress.com) y ha creado un chat para el
personal sanitario y de limpieza del hospital (Familyclinic). “Más que nunca
tenemos que estar juntos, reír, llorar, expresar angustia, miedo, tristeza,
cansancio, lo que sea, pero juntos. Ahora no nos podemos abrazar pero sí
tocarnos emocionalmente”.
“No me atrevo a hacer predicciones”, opina
Pérez. “Veremos qué pasará los próximos días. Las enfermeras y otros sanitarios
estamos completamente entregadas y no desfalleceremos. Yo espero del resto de
ciudadanos la misma implicación. Prudencia, paciencia, confinamiento. Cada
gesto cuenta”.
Fuente documentl:
No hay comentarios:
Publicar un comentario